Vivimos en una época donde las historias nos atraviesan más que los hechos. Las narrativas, esas construcciones simbólicas que se repiten hasta volverse verdad, son las herramientas más potentes del poder. Decir, nombrar, etiquetar… todo eso configura el mundo que entendemos. Y, en ese contexto, construir una contranarrativa no es un simple ejercicio de opinión: es un acto político, ético y profundamente necesario.
La narrativa dominante es como una autopista bien asfaltada. Va rápido, tiene señalización clara y nos da la ilusión de que no hay otra ruta posible. Pero alrededor de esa autopista existen veredas, callejones y caminos ocultos que también llevan a otros destinos. Lo que hace una contranarrativa es tomar esa vía alterna, detenerse a observar lo que el tráfico veloz ignora y decir: “Aquí también hay historia. Aquí también hay verdad”.
Desde la comunicación, sabemos que el lenguaje moldea realidades. Lo que no se dice, no existe. Y lo que se repite sin pausa, se vuelve incuestionable. Por eso, las contranarrativas son herramientas clave para deconstruir discursos únicos, estigmas y estructuras de pensamiento que benefician a unos pocos y excluyen a muchos. Construir una contranarrativa no es gritar más fuerte. Es hablar más claro. Es usar la palabra como puente y no como barricada.
No se trata de negar la existencia del relato oficial, sino de desarmarlo con argumentos, con historias vividas, con experiencias que demuestran que lo “normal” muchas veces ha sido profundamente injusto. Desconstruir implica cuestionar el origen de las ideas. Es como tomar una prenda tejida durante años y comenzar a deshilvanarla con cuidado, hilo por hilo, para ver qué hilos sobran, cuáles dañan y cuáles pueden ser retejidos.
Quienes nos dedicamos a la comunicación tenemos una responsabilidad: no solo reproducir el discurso, sino tensionarlo, contrastarlo y, cuando sea necesario, reemplazarlo. Hoy más que nunca, las contranarrativas son indispensables. Frente al ruido de las fake news, la manipulación del miedo y la comodidad de repetir frases hechas, necesitamos voces que incomoden, que incompleten, que hagan preguntas en vez de dar respuestas automáticas.
Porque al final del día, construir contranarrativas no es solo un acto de resistencia. Es un acto de imaginación. De justicia. De amor por la verdad. Y sobre todo, de apuesta por una ciudadanía que no trague entero, que sepa leer entre líneas, que se atreva a decir: “Yo no estoy de acuerdo y tengo razones para pensarlo”.
La comunicación no puede ser un espejo que solo refleja lo que conviene al poder. Tiene que ser una ventana. Y a veces, incluso, una puerta que se abre hacia otras verdades posibles.
Erika Macedo
Comunicóloga, Periodista y defensora de la verdad.