El arte de la guerra y el tablero geopolítico: cuando la prisa choca con la paciencia

Frente al avance innegable de China como potencia global, Donald Trump, con la impaciencia propia de quien ve tambalear la supremacía de su país, ha intentado a toda costa reposicionar a Estados Unidos en el centro del tablero económico mundial. Su estrategia, sin embargo, parece más una reacción instintiva que una jugada calculada: aranceles, discursos nacionalistas y un retorno forzado al proteccionismo que, más que fortalecer a su nación, revelan la ansiedad de quien percibe que el tiempo ya no juega a su favor.

Pero en esta disputa no debe olvidarse un detalle esencial, casi irónico: el manual que mejor ha interpretado las lógicas del poder y de la guerra fue escrito por un chino. Sun Tzu, en su célebre tratado «El Arte de la Guerra», dejó claro que el verdadero estratega no se precipita, no improvisa; observa, estudia y sólo actúa cuando las condiciones garantizan la victoria sin necesidad de forzarla.

China, como heredera de esa visión milenaria, ha sabido moverse con paciencia y disciplina, tejiendo redes comerciales, asegurando el acceso a materias primas esenciales y ganando terreno en sectores clave como la tecnología, la logística y la inteligencia artificial. Mientras tanto, Estados Unidos, acostumbrado a dominar desde la imposición, ha mostrado que cuando sus reglas ya no le favorecen, opta por romperlas, exponiendo sus propias debilidades y sus temores.

Este contraste pone en evidencia dos formas de leer la geopolítica: la de Trump, anclada en la inmediatez, en la confrontación comercial abierta y en la fuerza bruta de los aranceles; y la de China, que, al estilo Sun Tzu, despliega una estrategia silenciosa, de largo aliento, que no necesita apurarse porque sabe que el poder no se conquista con velocidad, sino con constancia.

Así, el mundo presencia no solo una guerra comercial, sino una verdadera batalla de visiones: por un lado, el ocaso nervioso de una potencia que intenta recuperar a manotazos su lugar en la cima; y por otro, la paciente construcción de un poder que entiende que la supremacía global no se arrebata, se hereda.

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