En tiempos en que las palabras pesan más que nunca, el gobierno pretende arrebatarnos la voz. Como si la verdad fuera un bicho incómodo, Morena impulsa una Ley de Telecomunicaciones que busca, con guante de hierro y disfraz de buenas intenciones, controlar lo que vemos, leemos y decimos. No lo permitamos.
Esta iniciativa no es otra cosa que una mordaza disfrazada de modernidad. Se pretende apagar las voces que disienten, callar las críticas en redes sociales, silenciar los micrófonos incómodos. ¿Cómo no alarmarse si se propone que un juez —o peor aún, una agencia sin rostro— decida qué contenido es “viable”? La libertad de expresión, como el aire, no se ve, pero cuando falta, ahoga.
Los medios libres y las plataformas abiertas son como ventanas por donde entra la luz. Hoy quieren cerrarlas. Nos quieren encerrar en una habitación sin ventanas, sin eco, sin espejos. Y cuando no hay eco, no hay diálogo. Y cuando no hay espejos, no hay verdad.
El PRI ha sido claro: no acompañará esta ley que no es otra cosa que un intento por convertir a los medios en altavoces del poder. “Noticieros del Bienestar”, le llaman. Pero el bienestar no se impone desde un boletín; se construye con verdad, con crítica, con pluralidad. Porque si solo se escucha una voz, no hay conversación: hay propaganda.
La censura es el cáncer de la democracia. Y como todo cáncer, empieza silenciosa, disfrazada de buena intención, hasta que invade todo. Bloquear redes sociales, eliminar la neutralidad de la red, permitir concesiones a modo… No es libertad, es control. Y el control absoluto nunca termina bien.
En paralelo, mientras se preparan para callarnos, el gobierno guarda silencio ante la crisis turística de Zacatecas. Los empresarios alzan la voz con cifras alarmantes y lo único que reciben son oídos sordos y frases huecas. La economía local no se rescata con discursos: se rescata con acciones.
Y mientras eso pasa, una niña muere por falta de suero antialacrán. Un priista es asesinado en Jalisco. Y nadie en el poder parece inmutarse. La muerte y el silencio no pueden volverse costumbre. No podemos normalizar el desabasto ni resignarnos a la violencia.
Este artículo no es solo una denuncia. Es un llamado. A no permitir que nos tapen la boca. A defender el derecho a hablar, a disentir, a cuestionar. Porque cada vez que una voz se apaga por miedo o por imposición, todos perdemos.
La democracia no se sostiene con aplausos forzados ni con información filtrada. Se construye con ciudadanos que escuchan, que hablan, que se informan por todos los medios posibles. No dejemos que nos quiten eso.
Porque la libertad no se decreta: se defiende.