LA OTRA PANDEMIA: LA DESINFORMACIÓN DIGITAL QUE NOS ESTÁ CONSUMIENDO



Vivimos en la era de la sobreinformación, pero también en la de la distorsión. Las redes sociales, herramientas poderosas para conectar, informar y movilizar, se han convertido en escenarios caóticos donde la verdad compite –y muchas veces pierde– frente a la desinformación. Esta “otra pandemia” nos afecta todos los días, contamina nuestra percepción de la realidad y polariza a la sociedad.

Como especialista en comunicación, me resulta alarmante ver cómo las narrativas falsas se esparcen con mayor rapidez que los datos verificados. Lo que antes requería tiempo, fuentes confiables y filtros editoriales, hoy se convierte en “contenido viral” en cuestión de minutos, sin importar si es falso, incompleto o manipulado. La desinformación no sólo desinforma: engaña, divide, confunde y deslegitima.

Basta con observar cómo los rumores y las fake news afectan desde decisiones personales –como rechazar una vacuna o creer en teorías conspirativas– hasta procesos electorales o políticas públicas. En un clic se puede poner en duda la ciencia, atacar instituciones o destruir reputaciones. Y lo peor: muchos usuarios no se detienen a cuestionar, compartir se ha vuelto más importante que comprender.

Las redes no son el enemigo. El verdadero problema es el uso irresponsable que damos a estas plataformas. Hemos renunciado al pensamiento crítico para darle paso al impulso. Vivimos más atentos a los encabezados escandalosos que al análisis profundo. ¿Cuántas veces leemos solo el titular antes de emitir una opinión?

Como comunicadores, tenemos una responsabilidad urgente: formar audiencias con criterio, impulsar la verificación de datos, promover medios éticos y trabajar por una cultura digital más sana. Necesitamos construir una ciudadanía informada, capaz de distinguir entre información y manipulación.

Y como sociedad, debemos entender que compartir también es un acto político y ético. Cada vez que damos “me gusta”, “retuit” o “reenviar”, participamos en una cadena que puede generar daño o aportar valor.

No es exagerado decir que la desinformación está minando la democracia, la salud pública y la confianza social. Si no ponemos un alto, corremos el riesgo de vivir en una realidad fragmentada donde cada quien cree su propia versión del mundo, sin espacio para el diálogo ni para los hechos.

Hagamos de la verdad una causa colectiva. Combatir la desinformación es defender nuestra capacidad de decidir libremente, con conciencia y responsabilidad.

Dialoguemos sobre esta nota