COMUNICAR CON EMPATÍA O POR INTERESES: LA DIFERENCIA QUE LO CAMBIA TODO



En un mundo donde la información fluye a la velocidad de un clic, comunicar se ha vuelto más que una habilidad: es un acto de responsabilidad. Pero aquí hay una gran verdad que muchos olvidan: no es lo mismo comunicar con empatía que comunicar por intereses.

Comunicar con empatía es ponerse en los zapatos del otro, escuchar más allá de las palabras y transmitir mensajes que reconforten, orienten o inspiren. Es entender que detrás de cada opinión hay una historia y detrás de cada silencio, una emoción. La empatía no busca likes, busca conexiones genuinas.

En cambio, comunicar por intereses es otra historia. Aquí las palabras son herramientas para manipular, el mensaje se acomoda a conveniencia y la verdad se viste con medias tintas. No importa el impacto humano, lo importante es conseguir un objetivo propio, aunque eso signifique deformar la realidad.

La diferencia es enorme: la empatía construye confianza; el interés, desconfianza. La empatía abre caminos; el interés, levanta muros. Un mensaje empático puede mover corazones y generar cambios reales. Un mensaje interesado puede ganar un aplauso momentáneo, pero deja cicatrices en la credibilidad.

En tiempos donde la saturación informativa nos obliga a filtrar todo lo que escuchamos, la sociedad necesita más comunicadores que transmitan con sensibilidad y menos voceros de agendas ocultas. Porque la comunicación no es solo lo que se dice, sino la intención con la que se dice.

La empatía tiene el poder de tender puentes incluso en medio del desacuerdo. El interés propio, en cambio, es como una moneda falsa: puede brillar, pero tarde o temprano se descubre que no vale nada.

Hoy más que nunca, necesitamos elegir qué tipo de comunicadores queremos ser y a quiénes decidimos escuchar. No olvidemos que cada palabra que emitimos deja huella, y que esas huellas pueden guiar o confundir.

Comunicar con empatía es elegir la verdad, el respeto y la conexión humana. Comunicar por intereses es jugar con la confianza ajena como si fuera desechable. La pregunta es: ¿qué huella quieres dejar?

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