MALOS ENTENDIDOS: CUANDO HABLAMOS MUCHO Y COMPRENDEMOS POCO

Vivimos en la era de la hiperconectividad. Todos los días enviamos decenas de mensajes, notas de voz, emojis, memes y publicaciones. Creemos que comunicarnos es tan fácil como dar “enter”, pero la realidad es que nunca antes habíamos tenido tantos malos entendidos como ahora. ¿Por qué? Porque confundimos el acto de hablar con el verdadero arte de comunicarnos.

Un malentendido no nace solo de una palabra mal dicha, sino de una falta de escucha, de empatía o incluso de atención. A veces creemos que algo fue una indirecta, cuando era una simple opinión. O asumimos una actitud hostil en un mensaje que, leído en otro tono, no tenía nada de agresivo. Ahí es donde la comunicación se rompe, donde el mensaje no llega y las emociones se confunden.

Y lo más grave es que los malos entendidos no solo causan molestias pasajeras; pueden fracturar relaciones personales, debilitar equipos de trabajo, generar ansiedad, e incluso, arrastrar conflictos que nunca debieron existir. Todo por no confirmar, por no preguntar, por no decir: “¿Qué quisiste decir con esto?” o “¿Estoy entendiendo bien?”.

La buena comunicación no se trata solo de hablar bonito o de usar palabras elegantes. Se trata de construir puentes y no muros. De abrir el corazón y no solo la boca. Se trata de tener la humildad de escuchar con intención, y la valentía de hablar con claridad. Es entender que no todos tienen nuestro contexto, ni nuestra historia, ni nuestras emociones. Por eso, antes de interpretar, hay que preguntar. Antes de reaccionar, hay que comprender.

En tiempos donde todos quieren tener la razón, tal vez lo más revolucionario sea querer entender. Porque comunicarnos bien no es un lujo, es una necesidad. Y más aún en una generación que quiere cambiar el mundo, pero que a veces no logra entenderse ni con su círculo más cercano.

¿La solución? Empatía. Paciencia. Escucha activa. Claridad emocional. Validación de lo que el otro siente, aunque no lo compartamos. Y, sobre todo, el deseo genuino de conectar, no solo de responder.

Los malos entendidos seguirán existiendo, pero si empezamos a comunicarnos desde un lugar más humano y consciente, quizás logremos lo más importante: que nuestras palabras no solo se escuchen… sino que realmente se sientan.

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