*Porque comunicar sin dirección es hablar al vacío… y aquí venimos a dejar huella.
En un mundo saturado de mensajes, notificaciones, anuncios, discursos y publicaciones… comunicar ya no es solo hablar o escribir: es tener rumbo. Porque si no sabes hacia dónde vas, tus palabras son como una hoja seca: flotan, giran, se elevan un momento… y luego caen, olvidadas.
Un mensaje sin rumbo es como lanzar una botella al mar sin carta adentro. Puede que llegue a alguna orilla, sí… pero nadie sabrá qué querías decir. Así pasa cuando comunicamos sin propósito, sin claridad, sin intención real. Solo ruido.
Hoy más que nunca, necesitamos ser brújulas, no veletas. Tener claro qué queremos decir, a quién, cómo, por qué y para qué. Porque la comunicación no es llenar el aire de palabras bonitas, es tocar el corazón, mover ideas y provocar acción.
¿Cuántas veces has escuchado discursos vacíos? De esos que suenan bien, pero no te dejan nada. Palabras elegantes, frases de libro… pero sin alma. Eso pasa cuando hay forma, pero no fondo. Cuando hay volumen, pero no dirección.
Tener rumbo es tener causa. Y una causa te da fuerza, te da fuego, te da voz. Cuando hablas desde lo que crees, lo que sueñas, lo que vives, tu mensaje se vuelve flecha: va directo, atraviesa y deja huella.
Esto aplica en todo: desde un post en redes, una plática con amigos, una presentación en clase o un discurso político. Si no sabes por qué hablas, mejor guarda silencio. Porque no hay nada más triste que un mensaje que no dice nada.
La juventud tiene mucho qué decir, pero para ser escuchados necesitamos más que palabras: necesitamos intención. No basta con tener voz, hay que tener visión. No basta con gritar, hay que construir.
Así que antes de hablar, escribas, grabes o postees… pregúntate qué rumbo lleva tu mensaje. Si no sabes a dónde quieres llegar, tal vez nunca llegues. Y tu mensaje, por más brillante que parezca, se perderá como una hoja al viento.
Porque cuando comunicas con rumbo, no solo informas… inspiras, transformas, conectas y dejas huella.